Historias de Delicias: La casa abandonada de la Secundaria 52

Por la Secundaria 52, en una esquina polvosa donde el viento siempre arrastra papeles y hojas secas, hay una casa que nunca se terminó. La gente la conoce solo como «La casa de obra negra». Ahí está desde finales de los noventa, sin ventanas, sin puertas y sin un solo mueble que delate vida alguna.

Cuentan que la empezó a construir un contratista con dinero prestado, un dinero que venía de manos poco recomendables. Querían levantar una mansión de ladrillo y concreto, grande y sólida, para revenderla rápido. Todo parecía normal, hasta que un rumor empezó a correr: que parte de la varilla que usaron venía de un lote contaminado. Algunos dicen que la compraron de contrabando, a mitad de precio, de un viejo deshuesadero donde se almacenaba chatarra de maquinaria industrial. Otros aseguran que provenía de equipo hospitalario desmantelado, material que jamás debió mezclarse con cemento.

Al principio, nadie creyó que pudiera pasar algo. Pero cuando los albañiles comenzaron a enfermar uno por uno, la obra se detuvo. Dolores de cabeza, llagas extrañas, mareos y un cansancio que los dejaba tirados como si la casa misma les chupara la fuerza. Se fueron marchando, dejando herramientas tiradas y muros a medio colar. El contratista desapareció. Algunos dicen que se largó al norte; otros juran que todavía deambula, pidiendo limosna, con la piel quemada como papel viejo.

Desde entonces, nadie se atreve a tocar esa casa. Los intentos por demolerla siempre fallan. Una excavadora se quedó sin frenos, un par de peones se accidentaron sin explicación. Hay quien dice que de noche la varilla brilla, apenas perceptible, como si respirara en la penumbra. Los vecinos evitan pasar cerca, sobre todo cuando llueve y el aire se vuelve pesado, como si trajera partículas que se pegan a la piel.

Hoy sigue ahí, un esqueleto de concreto que nadie termina ni reclama. Solo sirve de guarida a las sombras, a los murmullos de quienes juran haber sentido un hormigueo extraño al tocar sus muros. Algunos chismosos aseguran que, si pones la oreja en una de sus paredes, puedes escuchar un zumbido bajo, como si algo dentro vibrara, lento y eterno, esperando a que alguien, algún día, se atreva a volver a darle vida.

Crédito La Tercera Delicias

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