Ángel Macías: De la pelota de trapo al juego perfecto: la epopeya infantil que nunca se olvidará

El béisbol mexicano está de luto con el fallecimiento de Ángel Macías, quien fue integrante del equipo mexicano que ganó el Mundial de Ligas Pequeñas en Williamsport, Pensilvania en 1957, donde lanzó juego perfecto en la final ante la novena de La Mesa, California.
Y con él se fue algo más que un pitcher. Se fue el niño que rozó la perfección en un campo de tierra ajena, en un país que no esperaba ver a un equipo mexicano levantar el trofeo de campeón. Pero sobre todo, se fue la imagen más pura del beisbol infantil mexicano: el brazo que escribió una línea imborrable en la historia del deporte.
Tenía 12 años. No sabía de récords, ni de scouts, ni de transmisiones. Lo suyo era lanzar. Lanzar como quien lanza la vida.
Aquel 15 de abril de 1957 México había perdido a su máxima estrella, cuando la avioneta que pilotaba Pedro Infante se vino a tierra. Fueron semanas de desazón que sólo terminaron rotas por la epopeya infantil inolvidable.
El 23 de agosto, en la final del Campeonato Mundial Infantil de Ligas Pequeñas en Williamsport, Pennsylvania, Macías lanzó un juego perfecto ante La Mesa, Arizona. Fue el primer juego perfecto en una final. El primero también para un equipo no estadunidense. Y el más simbólico: el de un muchacho que aprendió a jugar con pelotas de trapo y campos de polvo.
Aquel verano, el equipo infantil de la Liga Industrial de Monterrey desafió el orden establecido. Viajaron a Estados Unidos por colectas. Muchos de los jugadores apenas y conocían los zapatos. En el dugout, César L. Faz —el manager texano-mexicano que cambió para siempre el beisbol infantil nacional— los guiaba con una certeza: “Vamos a ganar. Porque ya estamos aquí.”
El camino no fue sencillo. La Liga Industrial calificó a Williamsport eliminándose en la Región Sur de Estados Unidos —única vía entonces para equipos extranjeros—, y un año más tarde se establecería la Región Sur de América Latina. Es decir: fueron pioneros en todo. No sólo por el resultado, también por abrir la puerta a otros.
El roster: Pepe Maíz en el izquierdo; Enrique Suárez, cuarto bate, en el central; Fidel Ruiz en la tercera; Rafael Estrello en el derecho; Norberto Villarreal, cátcher; Gerardo González, shortstop; Ricardo Treviño, en la primera. Y Ángel Macías, en la lomita. Comandando todo desde ahí, como si el beisbol le hablara al oído.
El partido llegó sin carreras hasta la quinta entrada. México anotó cuatro veces. Y Macías, sereno, entró al sexto y último inning. Tres outs lo separaban de la inmortalidad. Tres ponches. Hanggii. Schweer. Hagard. Uno, dos, tres. Strike cantado, abanicado, otra vez cantado. Y la gloria.
El estadio se volvió un griterío. El propio Faz lo recordaría años después:
—Un estadio de beisbol y sus miles de aficionados se convirtieron en un manicomio, de alegre y colectiva locura. La gritería era ensordecedora. Ángel era una gran sonrisa…
Los abrazos. La euforia. El beisbol infantil mexicano entraba por la puerta grande de la historia.
«No hay ningún imposible»
Años después, el propio Macías revivía para Excélsior esa historia con emoción intacta.
—Es algo maravilloso. A 60 años de distancia veo que mi historia sigue motivando a muchos otros jovencitos que empiezan a jugar beisbol y que se dan cuenta que no hay ningún imposible —dijo vía telefónica desde Williamsport, donde fue invitado especial del certamen—. Para nosotros el final fue hermoso, pero fue muy duro poder llegar hasta ahí.
Lo decía con la humildad de quien sabe que las hazañas no se improvisan.
—Estar aquí y recordar esos momentos me vuelve a enchinar la piel —agregó—. Después de eso han venido solo cosas buenas. Gracias a Dios he seguido muy enrolado con el beisbol infantil y he tenido muchas veces la oportunidad de compartir mi historia y ver cómo niños con mucha hambre de triunfar se convierten en ciudadanos honorables.
José Maiz, jardinero izquierdo de aquel equipo y actual dueño de los Sultanes de Monterrey, recordaba el juego perfecto desde su propia posición:
—No llegó ni una bola a los jardines. Todos los outs los retiró por roletazos o ponches.
Y añadía:
—En ninguna otra parte hay un evento de deporte infantil como las Ligas Pequeñas de Williamsport. Todo se hace con su debida seriedad y eso te explica por qué este sistema es tan exitoso.
El verano de las proezas
1957 no fue solo el año de Ángel Macías. Fue el año de muchos que se abrieron camino entre carencias y talento. Un año en que la infancia, la juventud y la pasión marcaron una generación.
En enero, el Guadalajara rompía una sequía larga y dolorosa. Con gol de Salvador Reyes vencía al Irapuato y se coronaba campeón del torneo 1956-57. Era el nacimiento del Campeonísimo. De aquel equipo que ganaría ocho ligas, dos copas y se consagraría como la dinastía más poderosa del futbol mexicano.
En los clavados, Joaquín Capilla —el gran ídolo olímpico— se alejaba de las plataformas, mientras Juanito Botella, su discípulo más aventajado, alzaba la mano. Con apenas 15 años, ya había conquistado títulos nacionales, compitiendo con madurez y elegancia. Su nombre ya se escribía en las listas rumbo a Caracas, Chicago y Roma.
El tenis vivía también un momento inusual. Cuatro mexicanos, Pancho Contreras, Mario Llamas, Toño Palafox y Esteban Reyes, se enfrentaban entre sí en la final de dobles del torneo de Palermo. Ganaron Contreras y Llamas en cinco sets. Un día después, Pedro Infante moría en un accidente aéreo.
En junio, Rosa María Reyes y Yola Ramírez deslumbraban en Wimbledon al llegar a la final de dobles. Una semana después se llevaban el título en el torneo internacional de Suecia. Eran mujeres mexicanas abriéndose paso en la élite del deporte blanco.
Y en noviembre, el país se paralizaba para escuchar por radio la pelea entre el Ratón Macías y el francés Alphonse Halimi. Se disputaban la unificación del campeonato mundial gallo. Perdió el Ratón. Y con él, lloró buena parte de México.
Un año completo. De gloria y de caída. De comienzos y despedidas. Pero sobre todo, de afirmaciones. 1957 había probado que el talento mexicano podía medirse sin complejos, sin pretextos, sin rendirse.
El regreso de los niños
Tras su victoria, el equipo fue recibido por el presidente Dwight D. Eisenhower en la Casa Blanca. Más tarde, por Adolfo Ruiz Cortines en Palacio Nacional. Pero el momento cumbre llegó el 30 de agosto. Monterrey los recibió con 100 mil personas en las calles. Una fiesta que pocas veces se ha vuelto a ver.
Los pequeños gigantes —como la prensa comenzó a llamarlos— volvieron convertidos en héroes. No eran solo campeones. Eran ejemplo. Eran esperanza. Eran orgullo.
Y Ángel Macías, con su brazo prodigioso, se convirtió en símbolo. De la niñez mexicana, del esfuerzo en silencio, del talento sin adornos. En ese instante —con la gorra inclinada, el guante bajo el brazo, la sonrisa intacta— representó a miles de niños que soñaban con un turno al bate, con lanzar una recta que cambiara su destino.
Hoy, su partida cierra un ciclo. Pero no apaga su luz. Porque hay gestas que no mueren. Ni con el paso del tiempo. Ni con la partida.
Porque hubo un día, un verano, un juego…
… en que la infancia mexicana tocó el cielo.
Ángel Macías falleció el 28 de julio de 2025 a los 80 años, según confirmaron medios nacionales como Excélsior y la Liga Mexicana de Beisbol. La noticia fue dada a conocer por José Maiz García, compañero de Macías en aquel legendario equipo de 1957 y actual presidente del Club Sultanes de Monterrey. Macías murió en Monterrey, Nuevo León, rodeado de familiares y amigos.
El juego perfecto que lanzó Ángel Macías el 23 de agosto de 1957 en Williamsport sigue siendo, hasta la fecha, el único juego perfecto lanzado por un jugador en una final del torneo de la Little League World Series. Ningún otro niño ha logrado repetir tal hazaña en una instancia tan decisiva del campeonato. Este dato lo convierte no solo en una rareza estadística, sino en un punto de referencia histórica del beisbol infantil mundial.
En el contexto de la hazaña de 1957, vale mencionar que los niños de la Liga Industrial de Monterrey vencieron a nueve equipos estadunidenses consecutivos, en una estructura eliminatoria que no contemplaba aún divisiones regionales internacionales como las hay hoy. Fue hasta 1958 que se creó la región de América Latina, tras el precedente dejado por este equipo. En otras palabras, México competía en igualdad de condiciones dentro del sistema estadunidense, lo cual hace aún más impresionante su victoria.
El juego perfecto de Macías fue narrado y transmitido por televisión en blanco y negro, algo inédito en la cobertura de un evento infantil para esa época. Fue tal el impacto que su historia fue llevada al cine en 1960 bajo el título Los Pequeños Gigantes, una película dirigida por Hugo Butler y producida por Columbia Pictures. El propio Ángel Macías interpretó su papel en la cinta, lo que ayudó a consolidar su imagen en la cultura popular mexicana.
Imagen intermedia
Ángel Macías continuó vinculado al beisbol hasta sus últimos años. Fue parte de programas de desarrollo infantil en Nuevo León y colaboró en ligas pequeñas como entrenador y promotor. También fue condecorado en múltiples ocasiones: recibió reconocimientos del Salón de la Fama del Beisbol Mexicano y fue invitado de honor al 60 aniversario de la Little League en Williamsport en 2017.
La ciudad de Monterrey ha rendido múltiples homenajes al equipo de 1957, incluyendo un mural conmemorativo en el Estadio Mobil Super y una placa en el Parque Infantil Niños Héroes. Asimismo, la hazaña de Ángel Macías es considerada por la Confederación Deportiva Mexicana como uno de los “momentos cumbre del deporte amateur nacional”.
En 1957, México tenía una población de aproximadamente 30 millones de personas. En ese contexto, el logro de Macías y sus compañeros representó un fenómeno de unidad nacional que fue incluso destacado en notas del New York Times y Chicago Tribune, donde se les describió como “el equipo que desafió las probabilidades y conquistó al público estadunidense”.
A modo de cierre, la partida de Ángel Macías ocurre en un momento en que el beisbol infantil en México ha vuelto a tener relevancia, con equipos como Tijuana y Guadalupe, Nuevo León, clasificando recientemente a Williamsport en ediciones de 2022 y 2023, lo que demuestra que su legado sigue sembrando talento y esperanza.