James Dean «El rebelde sin causa»
El célebre actor fue considerado un símbolo de la juventud desencantada y contestataria de los años 50. Su vida amorosa siempre estuvo en el centro de la tormenta.

Un joven inconformista de mirada melancólica y modales rudos, comportamiento desafiante y, a la vez, apasionado y reservado que vivió deprisa y falleció prematuramente de forma trágica. James Dean tenía todos los condicionantes para convertirse en una leyenda eterna.
(Marion, Estados Unidos, 1931 – Paso Robles, id., 1955) Actor estadounidense. Tras cursar estudios de arte dramático en Nueva York, inició su carrera trabajando en pequeños teatros de Broadway. Su interpretación en El inmoralista (1954) pieza teatral de André Gide, le valió la oportunidad de firmar un contrato en Hollywood, donde, al año siguiente, rodó Al este del Edén, dirigida por Elia Kazan.
En 1955 se puso a las órdenes de Nicholas Ray para protagonizar, junto a Natalie Wood y Sal Mineo, Rebelde sin causa, en la cual Dean daba vida a un adolescente incomprendido y en desacuerdo con la realidad que le rodeaba. Poco después actuó en Gigante (1956), dirigida por George Stevens a partir de la novela de E. Ferber y en la que Dean, en esta ocasión un peón de rudos modales, consolidó su imagen de joven inconformista.
Dicha imagen, así como su férrea oposición a la guerra de Corea y su trágica muerte en un accidente automovilístico poco antes del estreno de la película, lo convirtieron en símbolo para toda una generación marcada por sus ansias de libertad y en perenne conflicto con sus mayores.
Sucedió poco antes de las 6 de la tarde del 30 de septiembre de 1955 cuando llegó al cruce donde la autopista 41 se bifurcaba hacia Fresno. Allí se vio envuelto en un accidente fatal que le costó la vida, pero que le valió la gloria.
Los inicios de Dean como actor no fueron fáciles, tuvo que luchar para hacerse un hueco, tanto en su profesión como en la vida. Su breve carrera como actor en Broadway llegó tras unos hambrientos años de sequía laboral. No sería hasta 1955 cuando, con 24 años, conseguiría sus primeros papeles protagonistas en películas de Hollywood.
Su recordado personaje de Caleb Trask, de la película “Al este del Edén” (1955) le encajaba a la perfección. El director del filme, Elia Kazan, tuvo claro en su momento que era el actor ideal para interpretar aquel papel. Dean era un tipo conflictivo que se movía entre la intensidad agresiva y la fría ecuanimidad. Era cínico y vulnerable a la vez; una manera de ser y comportarse, dentro y fuera de los rodajes, que marcó su forma de actuar.
Para entender su comportamiento hay que conocer sus raíces. Cuando contaba con apenas 9 años, su madre murió de cáncer y su insensible padre lo envió entonces al hogar de su tía, donde se sintió incomprendido y abandonado. Su viaje para salir de la oscuridad fue una lucha contra la angustia adolescente. De todo aquello nació una fragilidad bajo una delgada capa de frialdad, que fue precisamente la que le permitió convertirse en un héroe para su público. El actor era un espejo en el que se miraba la juventud de los años cincuenta.
Tras sólo tres películas –Rebelde sin Causa (1955), Al este del Edén (1955) y Gigante (1956)–, su popularidad se disparó y los grandes estudios de Hollywood se peleaban por él. Trataron de domesticar a esa “fiera salvaje”, que se enfrentaba a las encorsetadas costumbres del mundo del cine con resistencia, escepticismo e incluso condescendencia, empeñándose en vivir deprisa y siguiendo de forma obstinada sus propias reglas. Y aunque se le prohibió practicar deportes de riesgo, James Dean entró a formar parte de la competición automovilística –una de sus pasiones–, participando en las carreras de la Costa Oeste y en otras pruebas locales con su Porsche 356 Speedster.
Los vehículos deportivos más aerodinámicos de Stuttgart ejercían una atracción especial sobre James Dean. Eran rápidos y estilizados, emocionales y pragmáticos. Aquellos modelos se adaptaban a la perfección a su estilo de vida inconformista. En septiembre de 1955, cuando Dean cambió su 356 por un 550 Spyder, mucho más rápido por su extrema ligereza, Porsche era ya un símbolo de estatus en Norteamérica. La marca era aún muy joven y sus coches eran espartanos, pero auténticos y con una deportividad sin concesiones que enamoró a Dean.
Aquel otoño disfrutaba de su nuevo juguete consciente de haber dado un gran paso adelante en el negocio del cine gracias a que su agente negociaba honorarios cada vez más elevados. El 30 de septiembre emprendió un viaje al circuito de Salinas por la Ruta 46 de California, adentrándose en el valle de Cholame Creek, donde apenas unos pocos coches circulaban en la inmensidad del desierto. Dean tenía previsto participar en una carrera, por lo que viajaba junto con el mecánico alemán Rolf Wütherich, que le había recomendado hacer un cuidadoso rodaje al 550 Spyder, que apenas tenía unos días, antes de su primera experiencia en circuito.
Los 515 kilómetros que separaban Hollywood de Salinas eran perfectos para preparar el deportivo de motor central antes de su gran estreno en competición. El pequeño 550 Spyder, con su motor bóxer de cuatro cilindros y 110 CV, pesaba sólo 550 kg y era capaz de alcanzar los 230 km/h cuando se pisaba a fondo el acelerador, por lo que la diversión y la competitividad estaba garantizada frente a sus otros rivales.
Pero el destino tenía otro final reservado para el biplaza plateado con el número 130 pintado en su carrocería y apodado por Dean como “Little Bastard” (pequeño bastardo) por su genio y sus reacciones violentas. Aquel joven rebelde de corazón salvaje murió de camino al hospital tras chocar contra un Ford. Setenta años después, su leyenda sigue viva y envuelta en lo que algunos consideran una maldición.
Tras el siniestro, William Eschrich compró lo que quedaba del Porsche y cedió parte de los componentes aprovechables del coche al piloto aficionado Troy McHenry, que acabaría muriendo en un accidente. George Barris, reconocido creador de coches para cine y televisión, compró los restos del 550, posteriormente desaparecidos, y difundió la idea de que el coche estaba maldito.