A 70 años del horror en Guanajuato: “Sobreviví al matadero de Las Poquianchis”

En 1954, la miseria que se padecía en León llevó a una niña de 10 años a caer en manos de las hermanas. Guadalupe Moreno Estrada, hoy de 81 años, recuerda la angustia y la milagrosa intervención de su madre que la rescató.

Guadalupe Moreno Estrada tenía 10 años de edad cuando un par de mujeres la arrancaron de los brazos de su madre, bajo la promesa de contar con un trabajo que le diera de comer.

Sin embargo, lo que muy pronto se dio cuenta fue que se trataba de las Poquianchis.

Han pasado los años y no puedo creer todavía que las Poquianchis me hayan raptado. Y lo que tampoco puedo creer es que salí viva cuando muchas otras muchachas fueron maltratadas y asesinadas”, aseguró.

Actualmente, vive una vida feliz y apacible en una zona rural del municipio de León. Admitió no sabe leer y que tuvo 21 hijos.

A sus 81 años de edad recuerda lo ocurrido, y al hacerlo, todavía tiene pesadillas.

La mujer narró a Excélsior que corría el año de 1954, y era tal la miseria que se padecía, que su madre permitió que se fuera con las Poquianchis a trabajar como sirvienta, supuestamente.

Y es que las mujeres, recordó, vestidas de negro y en un automóvil nuevo, se detenían personalmente a reclutar muchachas.

Pues esas señoras pasaron por enfrente de mi casa ahí en la carretera a San Pancho —San Francisco del Rincón—. Y le dijeron a mi mamá que si quería trabajar. Mi mamá: ‘¿Pues cómo ves?’, me decía mi mamá. Le digo: ‘No, pues yo sí quiero trabaja, pues pa’ ganar algo’, y pos me propuse y ahí voy. Y las señoras le dijeron a mi mamá que entonces era irnos ahorita, porque ‘va a trabajar de pie’, así se decía, cuando se trabajaba limpiando otra casa”, afirmó.

Pero no se fue sola, la acompañó una vecina de unos 15 años a la que le decían La Morena.

Esa tarde, aproximadamente a las 18:00 horas, abordaron el coche negro que conducía una de las Poquianchis.

Ellas se veían muy bien. Elegantes, se veían muy honestas y nosotros nunca pensamos que fuera eso. A mi mamá le dijeron que vivían por la Cruz Roja —las instalaciones localizadas en el centro de la ciudad de León—, a la mamá de mi vecina le dieron otro domicilio, diferente, pero íbamos juntas las dos muchachas”, abundó.

Al llegar a la casa, en pleno centro de León, las niñas se sorprendieron. La casa no tenía muebles. Apenas unas cuantas sillas y una mesa. Ahí había otras dos muchachas, de unos 16 años, que, según Guadalupe, eran muy guapas, pero se notaba que también eran de familia humilde.

Y ahí nos dejaron. Ellas se fueron. Y ahí nos depositaron con las muchachas. Era una casa muy fea. Yo creo que ahí dejaban a las muchachas y luego las trasladaban a otro lado”, dijo.

Para Guadalupe, pasar las horas ahí era muy tedioso porque no había nada que hacer, y las muchachas no querían platicar.

Hasta que ya entrada la noche, poco antes de las 10 de la noche, una de ellas la mandó a la panadería, porque tenían hambre.

Pero yo dije: ‘Ay no, yo no voy a ir sola’. Es que me daba miedo, ya era noche. Y mi amiga dijo: ‘Yo te acompaño’, pero las muchachas dijeron: ‘No vayan las dos porque si las señoras se dan cuenta, nos van a regañar a nosotras, y más si se pierden’, pero yo pensaba: ‘¿A dónde se va a perder uno si la panadería aquí está cerquita’”, afirmó.

Guadalupe recordó que La Morena y ella salieron de la casa para comprar el pan, luego de un momento de tensión, porque las jóvenes estaban aterradas de lo que les pudieran hacer en caso de que en ese momento llegaran, y no las encontraran.

Fuimos por el pan. Yo no sé qué pasó, pero en eso llegan nuestras mamás, y nos rescatan en la panadería”, recordó.

La víctima de la red de trata de personas refirió que para que no se espantara, su mamá le dijo que se tenían que regresar a la casa porque su papá no la dejó trabajar.

Y yo todavía le reclamé a mi mamá para que me dejara quedarme: ‘Déjame trabajar’”, dijo entre sonrisas de nervios.

Guadalupe explicó que vecinos le advirtieron a su madre con quién la habían dejado ir, y por eso es que se lanzó a buscarla.

Los vecinos le dijeron a mi mamá y a la de mi amiguita, que esas señoras tenían fama de robarse a las muchachas, que fueran ya por nosotras, incluso fue por ellos que mi mamá llegó hasta la zona de la Cruz Roja, y fue un milagro, digo yo, un milagro verdadero que nos toparan en la panadería, ya tan tarde, 10, 11 de la noche. Harto susto. Se llamaba Naty la mamá de La Morena”, agregó.

Guadalupe añadió que a pesar del peligro, fueron a dejar la bolsa de pan a la casa de las Poquianchis. La puerta fue abierta por las jovencitas, quienes estaban pálidas al ver a las madres de las niñas.

Las muchachas nos rogaron para que nos quedáramos, que porque las iban a regañar y la iban a pasar muy mal por habernos dejado salir. Me pareció muy triste porque nos fuimos, y tras saber todo lo que Las Poquianchis hacían, no tengo duda de que a las muchachas las mataron”, dijo.

La hoy ama de casa también recordó con curiosidad que del centro de León no fueron a su casa, sino que fueron al templo de San Juan Bosco: “Yo creo que mi mamá pidió a San Juan Bosco, y como sí le cumplió, nos llevaron a La Morena y a mi a rezar”.

Al cabo de dos semanas, reveló, su peor pesadilla se cristalizó: las Poquianchis reaparecieron para llevársela. Ya no eran las señoras amables que habían tocado a su casa la primera vez. Ahora tenían rostros adustos y una mirada de profunda crueldad y odio.

Yo que fui a un mandado, me encontraron en la tienda. Estaban ahí dos de ellas, una de ellas se llamaba Delfina. Me agarraron de aquí, mire”, dijo señalando a su manga. “’¿Por qué se vinieron?’, me reclamaron bien enojadas. ‘¿Qué creen que somos sus juguetes?’ Estaban bien encanijadas. Yo me le di el jalón y estaba cerquita la casa de mi mamá, y corrí y le grité a mi mamá que aquí estaban las mujeres que nos robaron”, sostuvo.

La madre de Guadalupe salió al encuentro y les reclamó: “¡Ah! Con que ustedes son las mentadas Poquianchis y ya se habían robado a nuestras hijas ¡Viejas desgraciadas!”.

Las Poquianchis negaron ser secuestradoras y apresuradamente se subieron a su coche negro para emprender la huida.

Pero duraron pasando tiempo. Querían agarrarnos. Querían agarrarnos y pasaban a cada rato. Pero nosotras ya no salimos, no volvimos a salir y vivíamos con miedo. Desde ese día y a la fecha yo he tenido pesadillas”.

En la mente de Guadalupe permanece el recuerdo de que la mujer que la sujetó, se quedó con un pedazo de su manga tras rasgarla, quedándole un profundo rasguño en el brazo, y el trauma de ese encuentro con unas de las más célebres criminales en la historia de México.

El caso, que conmocionó a la opinión pública en la década de los 60, fue cubierto por las páginas de Excélsior,que retrató los cruentos hallazgos de fosas clandestinas y la trata de blancas.

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