Hoy, a seis años de la Masacre de la familia LeBaron

La herida de La Mora: memoria de la masacre de la familia LeBaron
El 4 de noviembre de 2019, en un rincón remoto de la Sierra Madre Occidental, el miedo volvió a teñir de sangre los caminos polvorientos de Sonora. Tres camionetas avanzaban lentamente entre las montañas, llevando dentro a mujeres y niños que partían de la comunidad de La Mora, en el municipio de Bavispe. Eran diecisiete miembros de la familia LeBaron, una familia binacional de raíces mormonas que por décadas había hecho de esas tierras su hogar y su refugio.
Pero aquel día, la violencia no conoció piedad. A la altura del camino que une San Miguelito, Sonora, con Pancho Villa, Chihuahua, un grupo armado —presuntamente ligado al crimen organizado— interceptó la caravana. Las ráfagas de fuego convirtieron el silencio de la sierra en un eco interminable. Uno de los vehículos ardió entre las balas. Dentro quedaron Rhonita Maria Miller y cuatro de sus hijos, entre ellos los pequeños Titus y Tiana, gemelos de apenas ocho meses.
El saldo fue devastador: nueve muertos —tres mujeres y seis menores—, además de varios niños heridos y una menor desaparecida que, horas después, sería hallada con vida. Sus nombres, ahora parte de una lista que México no debería olvidar, fueron pronunciados con rabia, dolor y promesas de justicia que, años después, aún siguen pendientes.
Raíces y resistencia
La historia de los LeBaron en México comenzó casi un siglo antes. En 1924, Alma Dayer LeBaron Sr. llegó desde Estados Unidos con su familia, buscando un lugar donde practicar su fe sin persecución. En las tierras del norte fundaron la Colonia LeBaron, en el municipio de Galeana, Chihuahua, y con el tiempo establecieron la Iglesia del Primogénito de la Plenitud de los Tiempos. Sin embargo, la comunidad no estuvo exenta de conflictos internos: en los años setenta, Ervil LeBaron mandó asesinar a su hermano Joel, marcando con sangre el destino familiar.
Décadas después, la familia volvió a enfrentar la violencia, ahora no por religión, sino por crimen organizado. En 2009, el secuestro de Erick LeBaron, de 17 años, puso a la comunidad en la mira nacional. Benjamín LeBaron, uno de los líderes de la colonia, se negó a pagar rescate y exigió al gobierno actuar. Erick fue liberado, pero semanas más tarde Benjamín y su cuñado Luis Widmar fueron asesinados. Desde entonces, los LeBaron se convirtieron en símbolo de resistencia civil ante la impunidad.
El eco de una tragedia
Diez años después de aquel primer golpe, la tragedia volvió. Las imágenes del camino donde ardió el vehículo de los Miller recorrieron el mundo. Las voces de los sobrevivientes —niños que caminaron horas buscando ayuda— estremecieron a un país que parecía acostumbrado al horror.
El entonces presidente Andrés Manuel López Obrador lamentó el crimen y prometió justicia. Su homólogo estadounidense, Donald Trump, calificó el hecho como una masacre brutal y ofreció ayuda militar, que México rechazó. Las condenas se multiplicaron, pero el dolor no cedió.
La búsqueda de justicia
Con el paso de los años, las investigaciones avanzaron lentamente. En marzo de 2021, un juez federal vinculó a proceso a Leonardo Luján Saucedo, alias *Chamona*, señalado como uno de los responsables intelectuales del ataque. Pero para los LeBaron, la justicia sigue siendo una deuda abierta.
Memoria en el desierto
En La Mora, la vida intenta seguir su curso. Las cruces que se levantan junto al camino recuerdan no solo a las víctimas, sino también a una verdad más amplia: que en México, la violencia no distingue credos, apellidos ni fronteras.
Los nombres de Rhonita, Christina, Dawna, Trevor, Rogan, Krystal, Howard, Titus y Tiana viven hoy en el eco de un país que se niega a olvidar. Su memoria es un llamado —doloroso, urgente— a mirar de frente la herida abierta que dejó la guerra sin fin.



