Vecinos recuerdan carencias y carisma de Fernandito, menor asesinado en La Paz: «llegaba a la escuela con hambre»

Lleno de energía y con un gran carisma para hacer nuevos amigos, así recuerdan los habitantes de la colonia Ex Hacienda San Isidro al pequeño Fernandito, hallado sin vida el lunes tras ser sustraído de los brazos de su madre en el municipio de La Paz, Estado de México, como “garantía” del pago de un préstamo de mil pesos por parte de unos vecinos.

Marcelina era una humilde madre soltera de menos de treinta años, sin formación escolar, de baja estatura y con una discapacidad en el habla, pero con muchas ganas de salir adelante junto con su único hijo, el pequeño Fernando.

Ella buscaba desempeñar pequeñas labores entre los comerciantes a cambio de dinero. Se le veía siempre con ropa desgastada, sencilla, tez morena y una mirada triste, que ahora refleja el agobio por la situación más amarga que puede atravesar cualquier madre: perder a su hijo.

Hacía unos meses se había mudado, buscando un hogar para su pequeño en Lomas de San Isidro, una colonia con muchas carencias en el municipio, con numerosas calles sin pavimentar y escasez de servicios básicos.

Es una zona marcada por la desigualdad que padece la mayoría de la población.

Desde su llegada, los vecinos conocieron la situación adversa que enfrentaban Fernando y su madre. Para ellos, cubrir las necesidades básicas de alimentación, educación y salud siempre fue un desafío.

El único lugar que pudieron alquilar fue una pequeña estancia dentro de un inmueble en obra negra, donde, dentro de sus limitaciones, Marcelina trataba de darle lo posible a su hijo.

A pesar de su situación, con tan solo cinco años, el pequeño Fernando conquistó el corazón de vendedores ambulantes, tianguistas y locatarios formales del Boulevard Sagitario, a quienes apoyaba junto con su madre.

“Se encontraba mucho en esta zona porque apoyaba a los comerciantes para colocar sus puestos cuando acompañaba a su mamá, era muy sonriente y amigable, por eso toda la gente compartía con él, porque sabíamos la complicada situación económica en que se encontraba”, recuerda Alex Alexis, delegado de la colonia.

Fernando también es recordado por su pasión por los carritos, sus juguetes favoritos. Tenía algunos peluches, la mayoría regalados por tianguistas a quienes ayudaba a recoger basura o hacer mandados a cambio de una moneda, fruta o verdura para alimentarse junto con su madre.

Debido a que recorría los tianguis y locales con su mamá, para ayudarle a comunicarse ante sus problemas de lenguaje, el niño se volvió muy sociable y cariñoso con quienes lo rodeaban.

“Era muy obediente, daba siempre cariño a todas las personas aunque no las conociera, era un niño que le gustaban los carritos, que le encantaba estar con su mamá y nunca fue golpeado por ella, como se dijo”.

Los dulces tampoco faltaban, pues las personas que lo conocían solían regalárselos. Tras su muerte, predominaban en el memorial instalado por los vecinos.

A pesar de los obstáculos, la madre de Fernando nunca se rindió. Buscaba empleo formal con frecuencia, pero la discapacidad que padece y que le impide expresarse con claridad le cerraba las puertas.

Sin embargo, llena de esperanzas, logró inscribir a su hijo en el Jardín de Niños Juan Luis Vives, en la calle Prolongación Libra, en Geovillas de San Isidro.

La escuela forma parte de un conjunto que incluye la primaria Rey Poeta y la secundaria Mahatma Gandhi, y alberga a unos 130 menores de nivel preescolar.

Ese plantel, con un exterior maltratado y grafitis visibles, fue un refugio donde, en el poco tiempo que estuvo, Fernando disfrutó de la alegría y construyó sueños junto a otros pequeños con quienes hizo amistad.

“Siempre se vio que el niño carecía de cositas, había días que llegaba a la escuela con hambre”, comenta Liliana Gómez, vecina de Ex Hacienda San Isidro, quien acudió al memorial en su recuerdo.

“Lo veíamos en la entrada y salida de los niños, realmente no veíamos qué pasaba, pero era un niño muy lindo, nunca fue grosero ni mucho menos, y creo que no merecía esto. Las personas que le hicieron el daño sí necesitan pagar”, agregó Gómez.

Dentro de las aulas el pequeño fue feliz. Los padres de familia coinciden en que las carencias nunca le arrebataron el buen humor, las ganas de correr por el patio y convivir con sus compañeros, que hoy lamentan su ausencia.

“De hecho, nosotros varias veces le poníamos su lunch porque veía a los demás que comían y él también quería. Pero eso sí, era muy alegre, con mucha energía, muy platicador con todos los que se le acercaban, no era grosero ni nada, al contrario, era un niño muy bonito con todos. No es justo lo que le hicieron”, señaló una vecina que prefirió el anonimato.

Aquella tarde de julio, Marcelina vio cómo sus necesidades se acumulaban más que nunca. Tenía solo unas cuantas monedas que había ganado, pero el hambre y la necesidad de pagar su alquiler la llevaron a pedir un préstamo.

Recurrió entonces a unos conocidos: una familia de la colonia compuesta por Carlos, Ana Lilia y Lilia, quienes la habían visto en la vecindad donde rentaba y aceptaron “ayudarla” con mil pesos.

Pasaron semanas y la madre no pudo reunir el dinero para devolverlo. Los cobros subieron de tono, hasta que el 28 de julio la madre y la hija golpearon su puerta exigiendo el pago.

Marcelina salió a explicar y pedir más tiempo, pero las mujeres decidieron, como “garantía”, arrebatarle a Fernandito.

Después, como pudo, la mujer acudió a la vecindad en la comunidad Ejidal El Pino, donde vivían quienes se lo habían llevado.

El inmueble, ubicado en la calle Carmen Serdán, tenía fachada de dos pisos de tabicón, frente a una maraña de cables que colgaban de un poste.

Una pequeña escalinata de cemento a pie de banqueta y un zaguán oxidado daban acceso al lugar donde presuntamente tenían al niño.

Marcelina suplicó tiempo para liquidar el préstamo, pero al no llevar el dinero no le devolvieron a su hijo.

Fabiola Villa, defensora de derechos humanos que se ofreció como asesora legal de Marcelina, asegura que la madre buscó a funcionarios del DIF para rescatar al menor lo más pronto posible, pero ninguna autoridad del Ayuntamiento de La Paz le brindó apoyo, como afirmó el gobierno local.

“Ella estuvo buscando ayuda en todas las instituciones que pudo, pero recordemos que tiene una discapacidad. Como pudo, fue al DIF local, fue a la Fiscalía regional de La Paz y no le hicieron caso, hasta que el día lunes vino a Ciudad Mujer, donde sí le hicieron caso”.

“De inmediato se hicieron las diligencias para dar con el paradero de Fernandito, se pretendía traerlo con vida, pero ninguna persona se imaginó que se iba a encontrar de esta manera”, explicó Fabiola.

Las investigaciones de la Fiscalía mexiquense confirmaron que Fernandito fue sustraído por las dos mujeres como garantía de pago del préstamo de mil pesos.

Siete días después fue localizado sin vida, con huellas de violencia, en aquella vecindad que fue su prisión. Su pequeño cuerpo presentaba golpes, una fractura de cráneo y estaba envuelto en una bolsa.

Por estos hechos, Carlos, Ana Lilia y Lilia —padre, madre e hija— fueron detenidos e ingresados al Centro Penitenciario y de Reinserción Social de Nezahualcóyotl, donde un juez de control dictó prisión preventiva en su contra.

Esta familia será juzgada por privación ilegal de la libertad con fines de extorsión y, posiblemente, por maltrato al menor y homicidio.

Ante el juez, dos de los acusados se negaron a declarar, pero una de las detenidas sí lo hizo, asegurando que el pequeño murió porque “se estuvo cayendo” y que una de esas caídas accidentales fue en el baño de la vivienda donde lo mantenían retenido por el presunto “abandono de la madre”.

Argumentó que incluso lo llevaron al médico, pero al regresar a la vecindad el niño falleció.

El largo y doloroso proceso penal que se avecina para Marcelina, en calidad de víctima, continuará…

 

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