Deterioro emocional, la otra pandemia; jóvenes, los más afectados

Viven una crisis distinta: no la neurosis o el estrés clásico, sino una mezcla de soledad, autolesión, ansiedad constante y sensación de desamparo, según expertos.

Desde hace más de una década, especialistas alertan sobre el deterioro del bienestar emocional en los jóvenes. La pandemia sólo aceleró un fenómeno que ya se incubaba: la dificultad para vincularse, el aumento de la ansiedad y la soledad dentro y fuera de las aulas.

La Organización Panamericana de la Salud advierte que los casos de ansiedad y depresión entre jóvenes de 15 a 24 años aumentaron 14% tras el confinamiento. En la UNAM, las cifras confirman lo que especialistas describen como una “pandemia silenciosa” que afecta al estudiantado desde antes de la crisis sanitaria.

La salud mental es la pandemia silenciosa que estamos viviendo en México y en el mundo”, resume la doctora Ana Carolina Sepúlveda, directora de la Facultad de Medicina de la UNAM.

En toda la Universidad, el Examen Médico Activo revela que 28% de los estudiantes de nuevo ingreso presenta sintomatología elevada de ansiedad, uno de cada tres tiene depresión y 4% ha tenido ideación o intento suicida.

En la Facultad de Medicina, los porcentajes son aún más altos: 33% ansiedad, 31% depresión y 4.7% ideación suicida.

Además, 42% del alumnado ha sido clasificado como de alta vulnerabilidad emocional o social.

Sepúlveda aclara  que el deterioro psicológico no comienza en la universidad: “El estudiantado ya llega con niveles altos de vulnerabilidad emocional”. A ello se suman nuevas presiones académicas, económicas y digitales que le pasan factura al estudiantado.

De la consulta al acompañamiento

En 2020 la Facultad de Medicina creó el Programa de Salud Mental (Prosam), que ha ofrecido más de 25 mil atenciones. El primer año registró cerca de 2 mil 500 pacientes; en 2021 la cifra se duplicó y desde entonces se mantiene constante con alrededor de 5 mil atenciones anuales.

Pero más allá de los números, Sepúlveda insiste en una idea clave: las universidades no pueden ser hospitales, pero sí deben construir sistemas preventivos y corresponsables.

Por eso, la UNAM impulsa un Sistema Universitario Integral de Salud Mental, que articula programas y servicios en una red “viva” con puerta de entrada única.

Entre ellos se encuentran la Unidad de Apoyo a la Salud Emocional y Psicológica, dirigida por la doctora María Elena Medina-Mora, y el Programa Universitario sobre Cultura de Paz y Erradicación de las Violencias, a cargo de Leticia Cano Soriano.

La universidad puede ofrecer muchos programas y redes de acompañamiento, pero su verdadero impacto depende del compromiso con que se usen. Cuidarse a sí mismos es un acto de humanismo. Quien se reconoce vulnerable se vuelve más empático y más capaz de cuidar a otros”, enfatiza Sepúlveda.

En la Facultad de Medicina, 750 estudiantes, docentes y trabajadores han sido capacitados como “centinelas de la salud mental”, entrenados para detectar señales tempranas de riesgo, aislamiento, irritabilidad, desmotivación y activar rutas de primeros auxilios psicológicos.

Espora: la red universitaria más grande de América Latina

En paralelo,  el programa Espora (Espacio de Orientación y Atención Psicológica), coordinado por Vicente Zarco, se ha convertido en una de las estrategias más amplias de atención dentro de la UNAM.

Fundado en 2011 en la Facultad de Ciencias, Espora comenzó con cinco psicólogos y hoy cuenta con más de 150 especialistas en 31 sedes, distribuidas en facultades, institutos, CCH y preparatorias. Atiende potencialmente a 106 mil estudiantes y, en palabras de Zarco, es ya la clínica psicoterapéutica universitaria más grande de América Latina.

Su modelo es de psicoterapia breve de 14 sesiones, centrada en ansiedad, depresión, rupturas afectivas, estrés académico y problemas familiares. Las urgencias se atienden en menos de 48 horas.

No pretendemos convertir a la universidad en un hospital de tercer nivel, pero sí ser un canal seguro de atención emocional”, explica.

El programa es gratuito y subsidiado por la UNAM. Sus coordinadores realizan más de 20 horas semanales de supervisión clínica y cada sede cuenta con protocolos de crisis.

Lo que no alcanza: presupuesto, leyes y vacíos del Estado

Zarco apunta hacia un problema estructural:

Solo el 2% del presupuesto de salud se destina a salud mental. Hay un solo hospital psiquiátrico pediátrico en todo el país. La UNAM sola lo llenaría.”

A eso se suma una limitante legal: los menores de edad no pueden recibir atención psicológica sin autorización de sus padres, incluso en contextos de violencia familiar. “¿Qué hacemos cuando avisarle al papá o a la mamá puede ser contraproducente?”, cuestiona.

Por eso, afirma, las universidades están cubriendo un vacío que debería ocupar el Estado. “Hay una falla sistémica. La gente abandona los tratamientos porque no hay servicios suficientes, porque los hospitales están saturados, porque no hay acompañamiento”, advierte.

Nuevas generaciones, nuevas fragilidades

Tanto Sepúlveda como Zarco coinciden en que los jóvenes de hoy viven una crisis distinta: no la neurosis o el estrés clásico, sino una mezcla de soledad, autolesión, ansiedad constante y sensación de desamparo.

Las enfermedades cambian con los momentos culturales. Hoy estamos viendo fenómenos muy distintos: depresiones muy particulares, autolesiones, consumos nuevos de sustancias”, describe Zarco.

La pandemia no fue la causa, sino el acelerador. “La pandemia hizo visible lo que ya veníamos denunciando desde antes: la fragilidad emocional de los jóvenes”, sostiene.

Zarco también habla de un tema poco tocado: la masculinidad y la violencia.

De los shootings (tiroteos en escuelas) en el mundo, sólo tres han sido cometidos por mujeres. Tenemos que pensar por qué los hombres reaccionamos con violencia. La fragilidad de la masculinidad no puede expresarse así.”

Para él, las universidades deben abrir espacios de diálogo sobre masculinidades y emociones, en lugar de reproducir dinámicas de castigo o vigilancia.

El papel de las universidades: del control al cuidado

Ambos especialistas concuerdan en que las universidades tienen que transformarse en un espacio de cuidado colectivo.

No se trata de sospechar del compañero que se ve raro, sino de acercarse a él, acompañarlo, preguntarle si necesita ayuda”, dice Zarco.

Hay que capacitar a tutores, profesores y alumnos para reconocer señales y activar protocolos de ayuda”, agrega Sepúlveda.

La doctora plantea que la salud mental debe integrarse en la vida académica cotidiana, desde las tutorías hasta la enseñanza:

“La prevención debe estar dentro de las aulas, en la relación diaria entre profesores y alumnos, en una cultura de respeto, diálogo y empatía.”

Mientras que Zarco resume el sentido de todo este esfuerzo en una frase:

Cada sesión que damos no sólo es acompañar a un estudiante, sino sostener una red que impide que la desesperanza se vuelva norma.”

Cuidarse es cuidar al mundo

En vísperas del Día Mundial de la Salud Mental, ambos tienen claro  que la prevención comienza con la corresponsabilidad.

La universidad puede ofrecer estructuras, clínicas y programas, pero plantean que el verdadero cambio ocurrirá cuando la comunidad entienda que la salud mental no es debilidad, sino un acto de empatía, sobre todo con los jóvenes.

Cuidarse a sí mismos no es egoísmo, sino compromiso con la vida, con la comunidad y con la dignidad humana”, concluye la doctora Ana Carolina Sepúlveda.

 

 

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